miércoles, 24 de noviembre de 2010

"No todos los días encontramos lo que está hecho para dar a ustedes la justa imagen de vuestro deseo" LACAN

Por una lógica singular, el sujeto amoroso percibe al otro como un Todo (a semejanza del París otoñal) y, al mismo tiempo, ese Todo le parece aportar un remanente, que el no puede expresar. Es todo el otro quien produce en él una visión estética: le loa su perfección; se vanagloria de haberlo elegido perfecto; imagina que el otro quiere ser amado, como él mismo querría serlo, no por tal o cual de sus cualidades, sino por todo, y este todo se lo concede bajo la forma de una palabra vacía, puesto que todo no podría inventariarse sin disminuirse: en ¡Adorable! ninguna cualidad cabe, sino solamente el todo del afecto. Sin embargo, al mismo tiempo que adorable dice todo, dice también lo que le falta al todo; quiere designar ese lugar del otro al que quiere aferrarse especialmente mi deseo, pero tal lugar no es designable; de él no sabre jamas nada; mi lenguaje tanteará, balbuceará siempre en su intento de decirlo, pero no podre nunca producir más que una palabra vacía, que es como el grado de cero de todos los lugares donde se forma el deseo muy especial que yo tengo de ese otro (y no de un otro cualquiera)